Pescado
- Columnista: Ricardo Robles
- 14 abr 2016
- 4 Min. de lectura
Leer la historia de muchos años
en el breve intervalo
de una mirada.
A pie (Luigi Amara)
Lugar: Pátzcuaro, Michoacán, México.
Antecedentes prehispánicos: Cuna del imperio purépecha.
Hora: Después de las carnitas.

¿A cómo los pescados? Me detuve. ¿Tiene hambre? Sonríe. Esos saben muy buenos. Responde con una pregunta: me pescó. Ella, como hilo de media, se corrió solita solita. Baratos. Están muy bonitos los pescados esos. Hay de esos, y hay grandes. También estos chiquititos. Los empiezo a tocar. Les escruto las escamas labradas en la sencillez y ligereza del pino. ¡Tenía muchos! Señala con el dedo. El único de los puestos que estaba al descubierto, en un tendido sobre la banqueta de los portales, sin las lonas mugrosas que más que hacer sombra, los convierten en cavernas de plástico. Tenía todo esto lleno de pescados, pero se los han ido llevando. / ¡Qué bueno! Están muy bonitos. Por eso. / Son de los que había aquí. Ya no hay. Aquí en el lago. Antes sacábamos y sacábamos. Pero ya ve el gobierno cómo nos tiene. Le metieron de esos otros pescados. ¡Así, mira! Levanta la mano como si midiera a un animal de corral. Su cara, primero con picardía, luego se le fue cayendo el ánimo. Probablemente nunca nadie volverá a ser Tata Vasco, mucho menos Tata Lázaro. Michoacán anda sin padre desde hace mucho tiempo. El recuerdo le amargó la voz. Esos se comieron nuestros pescados. Quesque era para ayudarnos y mire, esos se comieron nuestros pescados, los nuestros. Esos están malos, saben muy feos así grandotes... Todo el lago había. Todos sacábamos y comíamos, bien sabrosos. Ya todo se acabó.

Yo fui de las primeras mujeres talladoras de aquí. Mira mis manos…. Abre las palmas que parecen raíces de árbol viejo, callosas y cortadas. Quince hijos nomás. Bueno, Ya nomás tengo quince. Todos son maestros, unos maestros y otros son de artes. Fueron a Tiripetío a la Normal de maestros. Ahora mis nietos, ¿tú crees que los voy a mandar? Con este gobierno, para que les digan delincuentes. Todos esos están dirigidos por los mismos del gobierno, para hacerlos quedar mal y que digan que son ellos, y ellos quedar bien, pero los manejan; no, ya no, me los matan. Y ahora a ver qué hacen, a ver qué van a hacer mis nietos para salir adelante. Pensábamos que estábamos mal, pero con este gobierno ahora sí que nos lleva la tristeza a los artesanos. En la semana santa no dejaron pasar a los coches aquí, todo alrededor. No vendimos nada, la gente no quiere cargar hasta sus coches.
Se acerca bajando la voz. Viene el chisme. Los de los locales no me quieren, porque vendo barato. Pero yo cobro lo que quiero, es mi trabajo y yo lo cobro como yo creo que está bien. No nos daban permiso de ponernos aquí. Mientras me habla saca una carpeta de plástico con unos recortes del periódico manoseados. Abre y saca otros diplomas y reconocimientos. Se llama Enedina. No alcanzo a leer su apellido. Pero mira, salí en el periódico. Estoy en el periódico y en el internet. Si usted me busca ahí estoy. Por eso la presidencia me da permiso de estar aquí. Si no fuera por esto… umm. Y porque tengo trabajo en la catedral y en el templo de acá atrás. He ido a estados unidos a exponer mi
trabajo. Mis hijos tienen trabajo en el Vaticano, en la capilla cinco. Trabajo que yo les enseñé.
¡Mira el cocodrilo! / Ese lo pintamos con disel y chapopote y queda bien bonito, como si fuera a caminar. ¿No le gusta el cristito?

Mi padre me dio indicaciones precisas: Ahí en la esquina de la plaza, a mano izquierda vas a encontrar a una mujer que vende corundas, a ella no le vas a comprar, a ella le vas a preguntar dónde venden la sema de trigo, la integral. Si es de panadería no sirve, tiene que ser de guare, queremos la verdadera sema de trigo indígena, esa y ninguna otra.
¿Usted las hace? / No, la traemos de un racho. ¿De cuál? / De Naranja. Habiendo comprobado la procedencia artesanal de las semas, pago veinte pesos por una bolsa con los cuatro panes enormes. Me hago a un lado. Vi que las corundas las sirvieron en vasito. Me pareció extraño, pero ella misma vendía elotes y se venden en vasito. ¿Cuántas? / Tres de una vez. / ¿Con salsa? / Harta. Le estoy atravesando la primera cucharada a ese manjar y el hombre de al lado de la señora de los elotes y las corundas me aborda. Bonito recuerdo que lleva. / Muchas gracias. / Están muy bonitos esos pescados. Son de los que había aquí en el lago. Esos no se hacen aquí en Pátzcuaro, los hacen en los ranchos, retirado. / Muchas gracias.
Traigo mis pescados amarrados por la boca con ixtle, al hombro y cascabelean en mi espalda. Así voy yo también. Callatido. Feliz. Cascabeleando. Con la boca cosida con el hilo de media de Enedina: su historia, su orgullo y su tristeza, su denuncia, su oficio vuelto denuncia, protesta estética; los huesos de sus manos, sus ojos; su plaza, su lago; su trabajo, sus hijos, su madera, madera de artesanos.
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