El Jazz no es para entenderse
- Texto: Nidia Beltrán | Foto: Nidia Beltrán y
- 2 may 2016
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El jazz no es para entenderse, pero sí para que te hable.
El jazz es un lenguaje que habla sólo cuando dejas ir todo aquello que te encadena a la rutina. El jazz te puede llevar a lugares y a sensaciones fuera del razonamiento, alcanzables sólo por la imaginación.

Tres días de jazz nacional. Dos conciertos estelares. Una celebración de la improvisación.
Los días 28 y 29 de abril, el Encuentro Nacional de Jazz reunió a músicos para dar conciertos estelares en foros de Guadalajara. Un cuarteto de Jazz All Stars, formado por Samuel Martínez (piano), Giovanni Figueroa (batería), Alán Fajardo (trompeta) e Israel Cupich (bajo), se reunió en el Estudio Diana para complacer a músicos y entusiastas de este género.
Fue un jazz complicado y revoltoso, que guiaba la mirada desde las baquetas fugaces del tapatío Figueroa, al suave movimiento corporal de Cupich arriba y abajo sobre su instrumento.
Se habló jazz avanzado, con apariciones de folklore y sones bailables.

Para la segunda noche, el cuarteto de Héctor Rodríguez presentó su más reciente proyecto en conjunto: "Circunvolución". Los talentosos músicos se pararon en el Teatro del IMSS a compartir su trabajo: compartir de poner en comunión.

En el piano, Roberto Verástegui, joven pero sin miedo. Agustín Bernal, en el contrabajo, mantenía con su sonido la madera de las tarimas vibrando, y cada membrana de los tambores de la batería se estremecía a la pulsación de cada gruesa cuerda. Bajo el riesgo de no saber cómo responderá el escucha, los músicos se entregaron en ondas sonoras a su público.
Al tener intenciones honestas y plantarse sobre un trabajo sólido, el objetivo vuelve simple: comunicarse con otra persona, compartir arte. tal vez cambiar el rumbo, descubrir la vocación, despertar el interés de alguien en su butaca. Que al final, de eso se trata la vida: de ser capaz de conmover a alguien más con tu trabajo.

El cuarteto se ejecutó como si hubieran nacido para tocar juntos: una fusión completa y estable. No había prisas, no había malentendidos, sólo goce y un gran interés en lo que otro tenía que decir.
La batería de Gabriel Puentes se desdobló en la tangible posibilidad infinita de sonidos. La tocaba con una maestría absoluta, en la que conocía a la perfección los rincones y sonoridades de cada platillo y baqueta.
De igual manera, Héctor Rodríguez: el guía de ese trance colectivo al que el cuarteto fue uniendo a los espectadores. El guitarrista acarició el brazo entero de su instrumento con la curiosidad y el deseo de un explorador en campo abierto: sin ansiedad, sin urgencia, con el disfrute de cada nota.

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