Pesca-do(s)
- Columnista: Ricardo Robles
- 16 jun 2016
- 4 Min. de lectura
Palomear en la agenda del mapa
cada encuentro
cada cita cumplida
con la historia y el arte
A pie (Luigi Amara)
Voy más a prisa que de ordinario, dudo mucho volverla a encontrar. Escucho el sonido de un cohetazo -quizá una pistola- que me interrumpe el paso. No la veo. Hay multitud. Ya no miro los puestos de artesanías de la vez pasada: voy derecho y no me quito. No quiero ver las manos de ninguna otra. Busqué cualquier pretexto para volver, volver a verla. Ella se encargaría de sonreír, de hablar de sí misma y de sus amores, de mostrarme lo que hace con sus dedos que han tomado las curvas de las maderas, de los formones. Traigo la vista muy allá cuando se me presenta de frente, me esquiva. Sé que me vio, pero me pasó de largo, dobló en la puerta que abre al zaguán del patio del naranjo. Me detuve un minuto para recular y asomarme. Me quedo con la esperanza de que estuviese yendo al baño y que volviera. Me quedaban unos pasos para llegar al puesto. Hago revisión rápida y hay todo (lo de la otra vez) menos el cocodrilo, hay unos rostros de Cristos que parecen que se salen del tronco. Me hago el despistado. La espero.
Llega. Hago mi temor a un lado. La saludo como si se acordara de mí. Le digo algunas cosas con la esperanza de que se acuerde de mí. Oí unos cohetazos, ¿no sabe qué es? / Uy… tanta fiesta que hay aquí todo el año, que ya no sabemos ni de qué son. Ha de ser de un santito. Volvió a tronar. Brinqué. Déjeme me asomo. Cruzo la calle corriendo mientras desenfundaba el celular. Son dos filas indias de mujeres, muchachas, niñas, y una que apenas camina. Llevan platos de barro pintado en las manos, listones de colores en las trenzas. Van bailando unos pasitos chiquitos. Al frente va el cohetero. Detrás de las filas va una banda tocando. ¿De qué es la fiesta? / ¿Qué? Repetí mi pregunta. Apuntando con el dedo responde: Pregúntale a aquél, él sabe. / Oiga, ¿de qué es la peregrinación? / De un cristo del templo de allá atrás, lo estamos llevando allá parriba. Me abro y dejo pasar al último.

Regreso con Enedina: Que era de un cristo./ Ah, sí. El de acá. Me entretengo esculcando sus piezas.Ya habíamos hecho el dios del agua para un concurso que ganamos. Luego hicimos el dios de la tierra y también ganamos el concurso. Fíjese, pasó el presidente y me dijo: ¿Cuánto quieres por tu máscara? Trece mil, le dije. La tomó y se la llevó. ¿Pero sabe qué? No me la iba a pagar. Entonces yo fui tras de él y le dije, oiga, no me lo pagó. Y en ese momento sacó el dinero y me lo dio. ¿Pero qué cree? La demás gente de aquí vio y creyeron que me estaba ayudando. Y me decían, vi que te apoyó, yo también voy a ir a pedir que me apoye. Y yo les decía: no, a mí me pagó mi trabajo, mi máscara; no me regaló nada. Le pregunto de qué madera había hecho esa máscara, y me responde que de aguacate. De ese chiquito así. De cuando ya tiene el troncote, de ese. Me tardé mucho haciéndola.

Ya ve cómo nos trae el gobierno. Yo tengo 15 hijos. Todos son de arte o maestros. Este es mi bebé. Señaló a un muchacho recargado en una camioneta. Ora sale pa México. A las doce de la noche se va a esto… a esto… / ¿A una manifestación? / Sí. Pos no queda de otra. Que no saben quién mato a esos estudiantes de Oaxaca... ¡Cómo no van a saber! ¡Que no se hagan pendejos! ¡Ellos fueron! Fue el gobierno. Yo por eso les digo a mis hijos, nomás no se vayan hasta adelante, ni hasta atrás. Váyanse en medio. Y mira, bien atentos a todo.
Vengo por otros de estos. / Sí, están muy bonitos esos pescaditos. El otro día vino una gringa y se llevó todos. Seguido viene y se lleva bastante. ¿En dónde se están quedando? / En un hotel a la entrada de Pátzcuaro. / ¡Ahí cobran mucho dinero! Ahora para la otra vez que venga ya no se quede ahí, quédese en mi casa. Un cohete ya lejano me revuelve el estómago. Ya no escucho bien. Me empieza a dar indicaciones del lugar exacto donde queda su casa: kilómetro tal de la carretera tal, vuelta a la izquierda hasta donde hay no sé qué, luego vuelta donde está una casa de tal color, tantas casitas adelante, entre una casa tal de color tal con cancel tal. Ahí tiene su casa. Ahí pobremente pero, como quiera que sea, se puede quedar cuatro días, dos semanas… Se me vuelve a ir el habla. Asiento con la cabeza. Yo cuando paso por ese hotel y veo el estacionamiento lleno, digo ¡qué bueno!, ora sí me van a comprar mucho.
Pago. Agradezco. Doy la mano para despedirme. Me toma la mano con sus dos manos, como lo hacía mi abuela antes de abrazarme. Frunce la nariz y me sonríe. Que Dios me lo bendiga.

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