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Alarido, desgarradura.

  • Columnista: Ricardo Robles
  • 22 sept 2016
  • 4 Min. de lectura

Ya no los monumentos

sino la suciedad de su reverso.

Ya no la estatua ecuestre sino

su sombra en la calle agrietada

Los baches y agujeros de la urbe.

Luigi Amara (A pie)

Lugar: El Salto, Jalisco – Cabecera Municipal

Hora: Antes del desfile

08:00 Hrs. Bajo efeméridamente por 16 de septiembre. El aire de sábado trae un aroma de otras andanzas que no puedo recordar del todo. Llego al cuadro principal. Tengo una sensación de abandono. No hay nadie. El sol ya está bien puesto y va iluminando de ladito el quiosco, le miro por todos los ángulos. Al andar sobre las fuentes bailarinas apagadas, voy descubriendo de abajo hacia arriba el esqueleto muerto del castillo remojado de rocío absolutamente inmóvil.

08:30 Hrs. Ya sé a lo que huele. Huele a piña de agave cocida con piloncillo. Camino alrededor. Me pregunto si la noche anterior habría habido un baile en la plaza. No es cierto, no huele a piloncillo. Huele a la fibra de la piña que usan para otras cosas y que también allá en Arandas o Tequila se apropia de todo el lugar, pero no estoy seguro. Hay botellas de refresco del tamaño más grande, bolsas, vasos, desechables de todo tipo, platos de botanas a medio comer, bolsas de hielo, servilletas, botellas de tequila, tragos a medio tomar. No huele a la fibra de piña, huele a tequila, a mezcal barato. Vuelvo a mirar la plaza en su completud. Es el vestigio del “alarido y la desgarradura” de Paz. Huele a borrachera, a cruda, a vómito y orines. Los plásticos vuelan al sonido de una larga escoba hecha de ramas secas. Hombres viejos arriman la basura y hacen rodar las botellas de vidrio.

8:40 Hrs. Se escucha el camión recolector. Dos muchachos suben las enormes bolsas que los viejos llenaron. Nadie se ocupa de lo que dejaron en las jardineras altas. Hay charcos por todos lados. Perros. Lamento comprender que el olor no se va a quitar. El desfile comenzó a las 7:30 del otro lado del pueblo. Los policías platican sentados en las banquitas de la presidencia municipal. Un puesto de mangos se monta por un lado. Cerca del quiosco se ubica otro de frituras, otra acerca botecitos de colores con líquido para hacer burbujas y latas de espuma en aerosol.

9:00 Hrs. La tortillería funcionó como cualquier otro día. El carnicero ya sacó varias piezas y las acomoda en la mesa mientras un niño bate el cazo de las carnitas. El niño deja descansar la pala gigante y se sienta con una cubeta entre las piernas, de ahí saca tripas que enjuaga en la cubeta y exprime de arriba abajo. Llega un hombre ya entrado en años sobre una moto enorme. Platica con el carnicero y luego acelara su motor. Ambos ríen. Del mostrador de la torillería se escucha: ¿Edá tío?, que no ande de payaso el pollero. De una moto taxi se baja un hombre con una sola pierna. Vuelvo al niño del carnicero: trae la cubeta, se detiene en el centro del cruce de calles, justo debajo del semáforo, en una grieta que se abre en el pavimento, vacía el agua de las tripas. Se hace un charco color rompope. Se me revuelve el estómago. Ya no sé si imaginé el olor o en verdad se mezcló con toda la demás hediondez.

9:30 Hrs. Subo un par de calles en busca de un baño público. Es la hora del mercado, ahí resuelvo mi apuro. A otras dos calles un agente de vialidad con pantalón de mezclilla cierra el paso con un par de conos. No hay paso, le dice a una camioneta vieja, después de saludar al conductor. Ira, nomás ponla y te das vuelta acá, le dice al conductor de un carro del año. Un repartidor de jugos hace la lucha por convencerlo, se hace del rogar; el repartidor ruega, el agente le permite estacionarse sólo para hacer la entrega. El agente recibe una señal de quien llamaré el Licenciado, y regresa al repartidor. Que no se puede, ya te dije. El Licenciado supervisa y da órdenes a señas. Por el otro lado de la calle se metió una grúa que maniobra para sacar una ambulancia de la Cruz Verde descompuesta. Frente del agente pasa una camioneta con mucho volumen a la música y cuatro tipos dentro, todos con bebida en mano, el limpia brisas detiene la bolsa de hielos del parabrisas. El agente no dice nada.

10:00 Hrs. Ya se escuchan los tambores del desfile por la Constitución. Se comienza a instalar el equipo de sonido. Hay unas 200 personas esperando en la plaza. Ya viene cada vez más cerca el desfile de escuelas del municipio. Los primeros son los prescolares, luego las primarias, una primaria de educación especial –para ellos/as la maestra de ceremonias pidió doble aplauso por esfuerzo realizado que hacen por estar ahí, (aunque sea más bien una obligación). Se callan los tambores. Vuelvo. Todos los niños/as están sentados por estaturas y en filas sobre la banqueta. La banda de guerra abandonó sus instrumentos al sol. Todos esperan. Nos vamos a esperan un poquito, porque todavía no está lista la plaza. Dice por ahí una maestra. Sí, pueden comprar un bon-ice. Dice un profe con mucha autoridad. Las niñas de la secundaria se amontonan para comprar. Todos están perfectamente peinados, llevan la ropa planchada, los ridículos uniformes escolares con las telas más incómodas para los niños/as. Adultitos. Levántense y acomódense en sus lugares. ¡Firmes, ya! Paso redoblado… Vamos a mandar la señal a TV Azteca y Televisa dice en corto a sus alumnos, ¡Ya! El retumbar de los tambores y la disciplina con la que marchan solo me hacen pensar en niños soldados. Es aterrador. La maestra de ceremonias les va mencionando conforme arriban a la plaza entre datos curiosos de la lucha independentista de México. Unos pasos delante del Palacio Municipal la formación se deshace junto al aplauso aguado de la gente que les recibe en la esquina del charco de las tripas. Un hombre les entrega su “jugo de a peso” y todo mundo es libre de irse a su casa. Ahora sí se acabaron las fiestas patrias.

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