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Danza progresiva: El día que el contemporáneo conoció a The Mars Volta

  • Texto: Axel Fabricio Amaya | Foto: Paola Guzmán
  • 20 dic 2016
  • 6 Min. de lectura

Es 17 de diciembre del 2016 y en la ciudad de Guadalajara, una academia llamada DanzCorp recuerda la vida y muerte de un artista chicano inmortalizado en uno de los discos más icónicos de la década pasada.

Sobre el primer nivel está la realidad, en el segundo los demonios y en el último, hasta abajo, está Cerpin Taxt, viajando sobre el ESP (Ectopic Shapeshifting Penance-propulsion) algo así como la “propulsión ectópica por penitencia de forma cambiante”, la nave que sirve al protagonista de De-loused in the Comatorium como medio de transporte, así como de aparato expiatorio de tortura. Un suplicio que configura una de las partes fundamentales de este trabajo pensado por primera vez en algún punto entre 1996 y principios del año 2000, tras el suicidio del artista chicano y amigo de Cedric Bixler Zavala, Julio Venegas. Naciendo en un principio como relato corto, más tarde se estructuraría a manera de álbum conceptual y éste sería el trabajo que consagraría a la ahora legendaria agrupación de rock progresivo y experimental, The Mars Volta. Es 17 de diciembre del 2016, han pasado 13 años desde su lanzamiento y en la ciudad de Guadalajara, una academia llamada DanzCorp recuerda la vida y muerte de un artista chicano inmortalizado en uno de los discos más icónicos de la década pasada.

Son alrededor de las 8:45 de la noche, la música de espera en el interior del Teatro Diana ha cesado desde hace un par de minutos y la tercera llamada, en conjunto con la caída de las luces, acaba por anunciar el inicio de la función. Suena Son et Lumière, pienso que esta pieza siempre ha sido muy escénica, ¿qué obra no comienza por luz y sonido? Como ya mencioné antes, sobre el primer nivel está la realidad, ésta es la plataforma superior, sobre la cual se posiciona CopyCats, la banda que esta noche está dando vida a los versos de Zavala; sobre este nivel empieza la historia y toda nuestra atención la dirigimos hacia Ivana Paola Salcedo. “¡Por supuesto!”, me digo hacia mis adentros algo apenado. La elección de vocalista fue una polémica constante cuando comentábamos esta producción los inútiles de mis amigos y yo, “¡por supuesto que lo más lógico era conseguir a una chica!”.

El segundo nivel es el purgatorio, aquí existen los monstruos, las amenazas que controlan cada uno de los niveles del Comatorium y el último nivel, es el Comatorium en sí, el infierno de Cerpin Taxt. “¿Por qué es importante esto?”, te preguntarás, y es que bien, al igual que Julio Venegas hecho ficción, DanzCorp se encuentra ante un reto de proporciones no menos titánicas que aquel que tiene por destino el convertirse en el monarca de los Tremulantes: El presentar todo esto ante un público completamente seccionado. Alrededor de mí existen dos tipos fundamentales de asistentes, los que fuimos por The Mars Volta y los que fuimos por cualquier otra cosa. Me explico, cuando leemos el relato original, a lo largo de éste -uno de imágenes, simbolismos y metáforas-, Cedric gusta cambiar de perspectivas, de narrador; navega entre imágenes que empiezan en la mente del protagonista, pero que terminan repercutiendo en la realidad que experimenta a su paso por el Comatorium. Ante todo, hay que comprender que no nos encontramos con un relato típico y bien estructurado, sino con un poema épico, más a la usanza de La Divina Comedia que de Pedro Páramo. No podemos esperar una traducción literal de todo, ni tampoco una sola manera de leer la obra -y tampoco es que Cedric sea un literato, precisamente-, si no que irremediablemente, estamos ante un texto psicológico y personal, surgido más bien de una catarsis que de una premeditación argumental, a diferencia de su álbum homólogo. Desde mayo del año en curso, hasta el mes de octubre -cuando empezó el montaje de la obra-, el equipo creativo de DanzCorp se juntó con el objetivo de plantear un problema de violencia estructural -como lo hicieron anteriormente con sus shows de Imagine y The Dark Side of the Rainbow- a través de la danza contemporánea, con la misión de presentar nuevas lecturas de estos problemas a través del arte escénico y hacerlo todo de manera que logren ofrecer a los alumnos de su academia la experiencia de la danza profesional, en un espacio profesional. ¿Lo logran? Definitivamente. ¿Salen completamente ilesos de la situación? Quizás no del todo.

Al ser ésta una obra con tantos enigmas a decodificar, y tantas lecturas posibles -siendo el acoso la que termina por elegir DanzCorp para su proyecto-, el peligro de ofrecer a su público demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, puede terminar en disociar a ambos públicos que ya mencionamos; el primero, de los significados de la historia en relación a la pieza escénica y el segundo, de la pieza escénica en relación a la música -y en realidad aquí los recursos visuales terminan funcionando como “recursos”, precisamente, más que como disciplina interrelacionada con la obra en sí. Con esto no quiero decir que la compañía, sus bailarines y sus alumnos no logren captar el ethos fundamental de ambas piezas -relato y álbum-, es más, cada interpretación me parece completamente acertada, -más no perfecta, y de esto hablaré más adelante. Cada movimiento, ritmo y trazo me remite al sentimiento mágico-onírico de los personajes, el tono es correcto, observo la coreografía de Tira me a las aranas y pienso “exacto, eso es Tira me a las aranas”. Sin embargo, más de una vez me sorprendo sin entender qué está pasando en un nivel u otro del escenario, y de repente prefiero prestar exclusiva atención a la banda, y en otros momentos prefiero clavarme en la contemplación de la danza. Sobre esto, Diego Salazar, productor de la obra me explica muy bien que se trata de una producción que al tener tantos niveles de interpretación, es precisamente deseable que en algún momento u otro te encuentres apreciando distintos aspectos del todo, como en una galería, o un museo.

Estoy completamente de acuerdo, pero mi inquietud permanece, y esta preocupación no recae en el trabajo de DanzCorp, si no en los mismos prejuicios que el público pueda poseer. ¿Cómo nos comunicamos ante el público? Ahí está la fuerza de The Mars Volta y precisamente ahí está la fuerza de la danza contemporánea. Hablamos el lenguaje de los signos, el rock progresivo y la danza contemporánea resultan ejemplos exquisitos de la academización de la vanguardia. Ambas, disciplinas barrocas, exigentes y con un sistema de símbolos bastante complejos. El asunto no es responder todas estas preguntas planteadas al público. Anteriormente menciono que en verdad son muchas las aquí presentadas, y muy pocas tienen respuesta, esto es cierto, pero no creo que sea malo. Pero entonces, si el asunto no es responderle las preguntas al público, ¿cuál es? En mi opinión se trata de hacerle ver que éstas no tienen por qué ser respondidas, si no confrontadas. Una cuestión con la otra. Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que el publico nos está entendiendo y que le importa lo que les estamos tratando de decir? Eso es lo difícil. Los trazos del homenaje, a diferencia de la interpretación musical del álbum, no son virtuosos en su mayoría, pero esto se entiende por completo cuando comprendemos que se trata de alumnos -y a esto me refería con la “no perfección” de las interpretaciones-, incluso terminas apreciando su trabajo desde otra perspectiva completamente diferente. Cada coreografía ha sido confrontada con la otra. Los intercambios entre una y otra se notan imbricados, desfragmentados. Y esto también está bien. No es un ballet o una ópera. Cada coreógrafo ha sido confrontado con el otro en esta producción, ya que cada pieza del álbum, o sea, cada escena, representa el trabajo en conjunto de una célula de baile independiente que luego es posicionada dentro de un acervo de piezas que a su vez constituyen un todo final. Exactamente como un álbum. ¿El formato resulta extraño a la vista? Por supuesto, pero está justificado, -incluso más si estás relacionado con las conductas dictatoriales de composición de Omar Rodríguez-López por aquella época. En el universo Mars Voltiano la dirección lo es todo. Esto lo entiende Andrea Oseguera, y lo refleja en su producto final.

La historia de un artista que tras caer en coma -luego de un frustrado intento de suicidio- encuentra un mundo de fantasía e introspección, creado por sus mismos demonios, del cual terminará siendo monarca luego de descubrir que la vida no tiene sentido, no es precisamente el blockbuster del verano. Es impresionante cómo los Volta han logrado posicionar tan alto una obra tanto sonora, como poética con tantas capas interpretativas como una cebolla, y es precisamente esto lo hace que sigamos hablando de ella a 13 años de su lanzamiento.

El homenaje de DanzCorp tiene su mérito precisamente en que sabe cuándo ser homenaje y cuándo ser reinterpretación. Con miedo de sonar cursilón y meloso, creo que el gran acierto de trabajar con la música de TMV en escena -ejercicio que se repite en las academias artísticas más de lo que parece-, es acercar a ambos públicos. Existe verdad en el pesimismo psicodélico de la historia de Zavala, y la verdad tan lamentable desde la cual DanzCorp se aproxima a sus proyectos escénicos -eso de la violencia estructural- definitivamente debería tener cabida en los tortuosos recovecos de la historia de Venegas. Sobre el primer nivel está la realidad, ahí estamos nosotros con nuestros bailes y nuestros discos.

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