top of page

Todo tiene su razón

  • Columnista: Elías Leonardo
  • 10 ene 2017
  • 2 Min. de lectura

-Ahora sí, vámonos. Por favor, guárdenme el teléfono.

Nos ha dado su móvil para evitar la tentación de llamar o responder a quien ha dicho adiós despidiéndola en la terminal de autobuses ADO. Nosotros, sus cuates “los viejitos”, lo aguardamos en la esquina a petición de él, pues fue sincero al pedirnos apoyo ante el desconocimiento del efecto que iba a provocar el golpe propinado al corazón. Emprendemos camino por la Quinta Avenida hacia un bar.

"Y si acaso ya inconsciente, agobiado por los humos y el alcohol, no se burlen si le grito, si entre lágrimas le llamo, todo tiene su razón"

Entramos a uno recién abierto que lo atrapa por la música que retumba en el lugar. La Sonora Santanera y Paquita la del Barrio cantan Mi razón, canción que parece elegida por el destino para nuestro amigo en estos momentos. Pedimos un cubetazo con seis cervezas. Antes de que las traigan, conteniéndose el llanto, desenreda el nudo que trae en la garganta para contarnos cómo se siente. Nos lanza una pregunta.

-¿Así de culero es crecer?

Comprendemos el cuestionamiento. A diferencia de él, nosotros ya tenemos kilómetros recorridos en el andar. A sus 24 años se aventuró en dejar la comodidad que ofrece un hogar con economía estable, con papás que todo lo dan, con todos los derechos sin ninguna obligación. Cansado de eso, se decidió por venir a Playa del Carmen para trabajar como mesero, ahorrar dinero e irse con su novia de viaje a Europa. Su plan consistía en tres meses para probarse, pero se ha extendido a siete. Todo ha cambiado.

Ha aprendido a desenvolverse sin sus seres queridos en territorio extraño, a trabajar, a sudar el salario. Se ha permitido descubrirse en una faceta que jamás imaginó en él. También, hay que decirlo, quiso probar otros labios que, por efímeros que sean, son novedosos para su trajín. Este revoltijo de hallazgos derivó en la decisión más difícil que ha tomado, según sus palabras, por encima de abandonar el terruño familiar.

-Me está doliendo, cabrones. Me está doliendo un chingo.

Le invitamos a que llore, a que no se reprima. Por supuesto que duele, ¡a quién no! La chica vino a buscarlo para recordarle que llevaban cinco años de relación, que lo extrañaba, sin embargo lo hizo añadiéndole que venía por él para casarse y tener hijos.

-Antes de lanzarme para acá, yo quería lo mismo. Ya no.

Se quiebra. Comienza a llorar. “Salvo las costumbres, nada está escrito en la vida. Así es esto, hay que tomar decisiones”, le dice uno de nosotros. “Sí, así es esto de crecer. Tú tienes una ventaja por encima de nosotros. Brincos hubiéramos dado por llorar a tu edad cuando más nos dimos y dimos en la madre”, le expresa otro.

-Es la primera vez que chillo sin hablarle a mis papás.

¡Salud! Brindamos por otra novedad.

Mientras tanto, su teléfono no deja de sonar y recibir notificaciones de mensajes vía whatsapp, llamadas perdidas. Si sobrio pronunció un adiós, sobrio habrá de confirmarlo o claudicar. Por ahora, aquí le guardamos el móvil. A estas alturas ya vamos por la tercera cubeta.

Comments


Entrevistas
Últimas Coberturas
Archivo
Síguenos
  • Facebook - Black Circle
  • Twitter - Black Circle
Contáctanos

Sombra Emergente

  • Facebook Social Icon
  • Instagram Social Icon
  • Twitter Social Icon
bottom of page