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#FET: Kame Hame Ha

  • Texto: Nidia Beltrán | Foto: Oscar García
  • 16 ene 2017
  • 2 Min. de lectura

"Tengo 14 años, y voy a estar muerto en 14 minutos y 50 segundos."

Así comienza Kame Hame Ha, una obra teatral unipersonal cruda que sumerge al espectador en una realidad incómoda y muy dolorosa.

El tema principal de la obra es el negocio del crimen organizado, que se alimenta de la indiferencia, del abandono, el dolor y la falta de atención en la educación infantil. No necesita ser ni muy explícita ni sorprender con una escenografía y participación actoral exagerada, pues con un simple cuerpo en escena, es suficiente para tocar un tema sensible por medio del arte.

El único personaje de Kame Hame Ha es Benito, niño de 14 años a quien le fue arrebatada la infancia intercambiando los juguetes y los juegos de calle por una pistola y negocios fraudulentos en lo más bajo de la escala del crimen organizado.

"La cosa funciona así", explica Benito, "uno inicia como halcón, luego mensajero, luego atacón, si todo va bien, sigues como secuestrador, para luego pasar a sicario y, si no hay ningún inconveniente, llegas a ser jefe". Con la simplicidad con la que un niño ve el mundo, Benito explica en diez segundos el esqueleto estructural de una de las enfermedades más crueles del país.

Mientras Alex Morán entra y sale de personaje, va explicando el contexto de Benito, niño que creció con un padre ausente y violento, con una madre que no le mostraba cariño ni atención, y un joven de 25 años del barrio en quien depositó todos sus sentimientos de admiración y en quien veía la única figura paterna.

Fue ese joven quien lo acercó al negocio que le prometió -desde muy joven- la posibilidad de salir de su casa y de su barrio con lujos y aparentemente sin responsabilidades por cometer actos llenos de adrenalina y excesos.

Como las siete esferas del dragón, Benito reunió en su historial siete asesinatos, todos como parte de mandados desde el jefe, menos el último. En un intento de hacer justicia, por ser sensible a la muerte de un niño, Benito firma su sentencia de muerte.

Toda la trama es interrumpida por datos estadísticos que recita acerca del número de habitantes económicamente activos que "devolverán la riqueza a México". Jóvenes de 14 a 29 años que, a falta de oportunidades laborales y hogares vacíos, servirán únicamente como carne de cañón para el intercambio de violencia que pudre a nuestro país desde dentro.

Así, con un sabor de boca amargo, salimos del teatro, sabiendo que tal vez no podamos influir directamente en la realidad de estos niños-sicarios, pero con su existencia en nuestro radar en aras de dar a conocer eso de lo que tantas veces huimos escondidos en indiferencia, pero en lo que podemos trabajar por nuestro país y por dar esperanza real a quienes sólo pecan en inocencia y desconocimiento de amor.

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