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Messi, CR7 y la mejor mamá del mundo

  • Columnista: Elías Leonardo
  • 31 ene 2017
  • 3 Min. de lectura

Aprovecha que Mauricio está en la escuela para ir por su regalo. Las últimas semanas fueron de provecho en el trabajo y ganó lo suficiente para cubrir gastos de la casa, colegiaturas, así como para comprarle a su hijo las playeras originales que pidió de cumpleaños. Con toda la alegría de una madre que desea ver feliz a su retoño, Raquel paga las dos camisetas sintiéndose dichosa de invertir en un sueño de su ser más amado. Por fin el niño tendrá en sus manos la vestimenta de sus ídolos.

Con la bolsa cargada de ilusión se dirige hacia el colegio para recoger a Mauricio. En el trayecto hace escala en una panadería y compra un pequeño pastel. Pide a la despachadora que inscriba sobre el merengue lo siguiente: “Felices diez años, mi Messi, mi CR7″. Y es que el niño se deleita con los dos monstruos del balón en la actualidad. A su edad no se pregunta quién es mejor como tampoco se sumerge en la rivalidad entre Barcelona y Real Madrid. Para él son dos ídolos, dos genios que juegan al fútbol como él quisiera hacerlo, o por lo menos como a él le gusta.

Puntual llega a la hora de la salida. Mauricio corre hacia Raquel para abrazarla. Ella hace lo propio entregándole su regalo. Dándose cuenta de lo que es, el chamaco brinca de gusto y presume sus playeras a otros compañeros.

-Mamá, ¡eres la mejor mamá del mundo!

-Y tú el mejor hijo del mundo.

-¿Qué vamos a comer hoy?

-Como es tu cumpleaños comeremos lo que tú quieras.

-¡Pizza!

Juntos emprenden camino hacia una pizzería cercana a la escuela. Ya en el lugar, Mauricio no deja de acariciar sus camisetas. Se prueba una, se prueba otra, tratando de aclarar con cuál jugará primero. Comen. De paso aprovechan para partir el pastel. Más contento se pone el niño al ver que mamá le dice “mi Messi, mi CR7”.

-Oye mamá, ¿algún día iremos a Europa para conocerlos?

-Algún día, hijo. Algún día.

Antes de dirigirse a casa, Mauricio le pregunta a Raquel hasta cuándo tendrá que trabajar tan tarde. Le reprocha sobre los miedos que le perturban por las noches sin que haya nadie que lo tranquilice. Removida por las palabras de su hijo, ella solamente atina en decirle que se deje de cosas y mejor disfrute el momento.

Toda vez que llegan al hogar, Mauricio rápidamente se quita el uniforme, coge su balón y playeras para salir a jugar con los amigos de la unidad habitacional. Tanta es su euforia por las prendas que ni se despide de mamá. Por su parte, Raquel comienza a elegir la ropa adecuada para ir a trabajar.

Mirándose al espejo se contempla todavía joven, bella. Sus facciones son finas, delicadas; un rostro capaz de enamorar a cualquiera con una simple mirada. El cuerpo es el de una amazona. Piernas y nalgas de diosa, motivo de adrenalina y atracción por lo prohibido. Sus senos, firmes y redondos, incitan a enaltecer el fuego de la carne.

Así como le prometió al niño sus playeras, habrá de cumplir con el sueño de llevarlo a Europa para ver a sus ídolos. Para eso moldea la convicción de que es instante de cobrar más, de dejar de meterse con clientes de medio pelo.

Teibolera para algunos, algo peor para otros. Una mesera para los vecinos, maestros y padres de familia en el colegio. Mujer muralla, Raquel aprendió a ignorar las etiquetas y los juicios, además de manejar con sigilo su andar. La única percepción que carga, la única que le importa es la de Mauricio: “la mejor mamá del mundo”.

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