Un amable acordeón (puño de tierra)
- Columnista: Elías Leonardo
- 7 mar 2017
- 1 Min. de lectura

Recorre el panteón a paso lento entre los estrechos senderos que rodean las tumbas. Lleva rato en la búsqueda de familias que soliciten el sonido de su acordeón para alegrar al respectivo difunto con las canciones que le gustaban en vida, sin embargo ha encontrado tristeza, bolsillos escasos y apatía hacia la música norteña.
Viste con tejana, camisa, chaleco, pantalón y botas. Todo su atuendo en color negro como gesto de cortesía al luto. Lo único que no es negro es su acordeón, instrumento con bordes rojos que quiere hacer sonar para ganarse unas monedas y para sofocar un poco el penar de los dolientes, o bien para amenizar los recuerdos. Nadie le pide siquiera una nota.
Arriesgándose a complacer difuntos que todavía no son visitados, yéndose hacia una zona de tumbas solitarias, comienza a tocar y cantar Puño de tierra. Obsequia voz desafinada pero con sentimiento. Disfruta la letra cuando matiza que “el día que yo me muera, no voy a llevarme nada. Hay que darle gusto al gusto, la vida pronto se acaba”.
Regala el sonido de un acordeón que provoca un ligero temblor; las tumbas bailan y las flores marchitas cobran color.
@jeryfletcher
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