Breve visita de las palabras dichas
- Columnista: Elías Leonardo
- 21 mar 2017
- 4 Min. de lectura

La abuela había llamado con frecuencia, algo poco habitual. Lo hizo para saludarme, sobre todo para preguntar con tierna insistencia cuándo la iba a visitar. A la par, mi madre me refirió que veía más viejita y más enferma a la cabellitos blancos. Entonces compré mi boleto para pisar la Ciudad de México con el propósito primordial de disfrutar a la abuelita, una mujer con 88 años de edad que ya no habrá de durarme mucho.
Días previos a efectuar el viaje volví a ver El secreto de sus ojos, una película que aprecio por la secuencia en que Pablo Sandoval (Guillermo Francella) aborda el tema de la pasión, mayor aún porque deriva en una cuestión futbolera, y yo como buen amante de la pelota, encantado. Pero ahora Pablo pasó de largo. Fueron los diálogos pronunciados por el personaje de Benjamín Espósito (Ricardo Darín) los que calaron, los que incluso motivaron en ampliar mis propósitos de vuelo.
“No quiero dejar pasar todo de nuevo. ¡Cómo puede ser! ¡Cómo puede ser que no haga nada!”, le dice Benjamín a Irene (Soledad Villamil). Al igual que Espósito, yo tampoco quiero dejar pasar todo de nuevo. Y con “todo” me refiero al deseo de expresar de viva voz lo que sentía y siento. Ya me cansé de jugar al hombre soltero/rebelde escudándose en el aparente desinterés o desapego afectivo para no afrontar mi cobardía del habla. ¡Qué vitales son las palabras! Decirlas y escucharlas.
Benjamín Espósito provocó que mi agenda de actividades en CDMX incluyera otras visitas además de mi abuela.
Primera escala
Sigue tan bella, tan jovial como cuando nos conocimos. Por ella, se los juro, no transcurren los años. Su piel se conserva inmune al paso de trenes que son destinos, mismos que ha visto partir sin regresar.
Aún resguardamos la sonrisa mutua por el agrado que nos causa vernos. También mantenemos intacto el gusto por charlar. Nos fascina platicar. Reímos del presente, de aventuras y desventuras, de nuestros tropiezos, frustraciones, fracasos.
De igual forma preservamos el suspiro escondido entre fotos que nos tomamos desprevenidos para agradecer el hecho de habernos encontrado en este mundo.
-Quería verte.
-Yo también.
-Tengo algo importante que decirte.
-Dime.
(Un día me fui de su vida, me alejé por completo. Tomé distancia absoluta de su persona y
de cualquier indicio que me aproximara a ella. La situación en aquel momento no dio para que pudiéramos ser pareja. Me fui dolido, muy dolido)
-…ya pasó.
-Lo cierto es que estoy aquí para mirarte a los ojos y poder pronunciar que te quiero. Sí, te quiero.
Con titubeante pestañeo intenta digerir el impacto de lo que he dicho.
-Uno no se puede ir sin decir te quiero.
De repente me abraza. Nos abrazamos. Atónita por la sorpresa de escuchar lo que nunca me atreví a decirle, indaga explicación. Recurro entonces a otra línea que Benjamín Espósito comparte a Irene: “Me vi cenando solo y no me gusté”.
-Tampoco me gusté viéndome así. Si me he visto así es porque he callado lo que siento.
-¡Gracias!
Vuelve a abrazarme. Nos abrazamos.
Le eran necesarias las dos palabras salidas de mi boca para sanar la molestia engendrada por mi huida. Y a mí cómo me hacía falta decírselas.
Segunda escala
Siempre se va, siempre. Es una viajera.
Lo suyo no es precisamente estarse quieta en un solo lugar. Respaldado por el oficio de traductora, su ímpetu nómada propicia que deguste el café mañanero en San Diego y presuma el paseo nocturno en Montreal. Comienza a contar una anécdota en Madrid y termina de contarla en Lisboa.
Pero así ande en Groelandia o Nepal, ella está al pendiente de sus amistades. Me congratulo por ser una de ellas.
Como buenos amigos, nos escribimos, nos hablamos, pero no nos vemos. ¡Por fin hemos coincidido después de mucho tiempo! Así que aprovecho la oportunidad y decido invitarla a un pequeño restaurante donde venden malteadas. De paso quiero festejarle su cumpleaños.
Tomo una de sus manos.
-Su, ¿cuántas veces me oíste borracho diciéndote que te quería?
-Muchas.
-Hoy estoy en mis cinco sentidos. Aquella etapa de amargura y alcoholismo quedó atrás. Fue una breve época terrible, horrible, sin embargo, por muy lejos que estuviste, jamás me abandonaste. También me enseñaste a decir “te quiero”, pero yo te fallaba al embriagarme para poder hacerlo. Hoy todo es distinto. Antes de que vuelvas a irte, antes de que me vaya, quiero que sepas que te quiero. Te quiero, mujer. ¡Feliz cumpleaños!
Estupefacta, Su permite a sus ojitos mojarse.
-No, no llores.
-¡Eres un hijo de puta!
-Lo sé.
Bebemos con prisa las malteadas para ir a caminar con toda calma por las calles en que crecimos. Nos detenemos en cada poste de luz para jugar con nuestras sombras, para danzar al ritmo de la alegría que ella posee por el inesperado obsequio de cumpleaños.
“No quiero dejar pasar todo de nuevo. ¡Cómo puede ser! ¡Cómo puede ser que no haga nada!”, le dice Benjamín a Irene (Soledad Villamil). Al igual que Espósito, yo tampoco quiero dejar pasar todo de nuevo.
De su realidad en una ficción, mi realidad sin ficción. A veces el cine se parece demasiado a la vida.
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