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Mente en Blanco: un escenario, muchas caras

  • Texto: Lucía Íñiguez
  • 22 may 2017
  • 2 Min. de lectura

Llegaba del trabajo cuando pensaba que mi día sería como cualquier otro, crucé un par de palabras con mi madre y me dispuse a descansar. Rara vez me sorprende algo a las 3pm, sin embargo, mi noche no terminaría igual que siempre con un tazón de avena y pijama, esa noche terminaría sentada en una butaca frente a un escenario viendo algo que realmente no me esperaba.

La función comenzó con algunas expectativas, al tener el cartel “clown” mi sentido común me dijo que vería payasos y que me reiría pasando un rato agradable. Al estar en la parte alta del aforo no pude percatarme en un inicio de qué se trataba la causa de que el público de la parte baja del teatro volteara hacia la entrada. Había mucho que esperar menos lo que estaba a punto de presenciar mi inexperta y poco cultural alma. El escenario estaba montado sólo con una mesilla y telas blancas, que se convirtieron en un sinfín de utilería a lo largo la obra. Todos los materiales eran irrelevantes hasta que tomaban forma para ayudar a

sus artistas a crear la magia.

Mente en blanco es una puesta en escena que, además de hacerte reír, te induce en una reflexión sobre diferentes temáticas.

En escena hay cuatro payasos que lo mismo son encargados de sonido, actores,

malabaristas, ayudantes de utilería y seres humanos. Los colores que portan en sus trajes me transmitieron una cierta personalidad colectiva por parte de ellos, morado, rojo, amarillo y verde fueron los ejes para representar a la sociedad. Esa sociedad en donde existen apáticos, gente que lidia con los apáticos y entusiastas que ven siempre el lado bueno de la vida. A la gente que lidia con los apáticos o ciegos les toca hacer de este mundo algo un poco más vivible para todos los demás, independientemente de qué sea lo que los ciega y les impide ver los colores con los que cada uno pinta.

A nosotros nos toca seguir de entusiastas y lograr un equilibrio en nuestras vidas, haciendo malabares.

Esta obra nos hace reflexionar sobre la realidad diferente que cada ser tiene y al ir viajando juntos, descubrir que a veces, los ruidos y el bullicio del mundo nos hunde, nos invade y no nos permite ver que el océano es al mismo tiempo, peligroso y maravilloso, depende con quién lo cruces.

Me gustó identificarme con la ceguera en algunos momentos y también con el

alumbramiento que la quita en otros, además de comprender a través de estos cuatro personajes, que no necesitamos hablar para comunicarnos y que nuestro silencio y nuestro simple ir por el mundo dice mucho de nosotros, que hay que cuidarlo, al mundo y nuestro ir.

Logré poner mi mente en blanco para después llenarla de colores y definitivamente alimentarme con algo más nutritivo que mi tazón de avena.

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