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#SentirDesdeElCine: Los Olvidados

  • Columnista: Ricardo Navarrete
  • 13 ene 2017
  • 4 Min. de lectura

Los Olvidados

Luis Buñuel

México, 1950

Si existe un film estremecedor, visceral e impactante por la crudeza de la realidad, siempre una de las opciones que vendrá al recuerdo será el de Los Olvidados. Film que maneja tantos temas y suelta diversas ideas que nos hablan de una realidad que termina siendo un producto de la creación humana.

La voz en off nos introduce a los espacios recónditos de las grandes ciudades donde se encuentran “Los semilleros de futuros delincuentes”. En este mundo Buñuel desarrolla su narrativa basada en historias reales, introduce imágenes de la experiencia y técnicas que adoptó del surrealismo como el sueño de Pedro, uno de los personajes principales. Sus movimientos de cámara que muestran los lugares de la alteridad, la miseria como fuerza en los personajes de lado a lado. La imagen sonora con constante melancolía y agresividad tocan nuestras sensaciones provocándonos incomodidad, por ejemplo, en la escena en la que el pederasta intenta seducir a Pedro, se elimina el sonido verbal y se deja a la sensación, a través de la música, que se interprete ese momento.

Los personajes de la historia se cruzan desde un niño fuereño que fue abandonado por su padre en la ciudad y que lo apodan “El Ojitos”, aquel que ve todo desde fuera, que viene a entregar su trabajo para ganarse una miserable vida. Ojitos es aquel que se da cuenta de la realidad, al contrario de el ciego que lo adopta, quién no puede ver todo el sufrimiento y vive del pasado, que por no poder ver todo el ambiente de los jóvenes, lo único que desea es que desaparezcan e incluso su muerte.

Es necesario mencionar el final alternativo de una tragedia tan cruda como el cadáver en el basurero o la nueva oportunidad de reincorporarse a la sociedad después del sufrimiento. Podríamos pensar en las dos y valorar cuál es el final más cercano a lo que pasa en nuestra sociedad. Crueldad, ignominia, miseria, son temas que existen pero que, si no lo vivimos en carne propia, justamente no queremos pensar en ello y nos olvidamos de esos espacios en donde la vida toca la agresividad que le pertenece al ser humano, así como su pulsión a niveles altísimos.

Existen teorías de pensadores que aseguran que la naturaleza del ser humano es violenta, por ejemplo la de Thomas Hobbes o Maquiavelo. El ser humano es -para Maquiavelo- avaro y de mala fe, lleno de orgullo y crueldad, lleno de temor sostenido por el miedo de la pena, que no le abandona1. Hobbes justificaba el poder soberano,

puesto que si no hubiese tal, el ser humano se mataría por la falta de recursos, se revelaría que “el hombre es el lobo del hombre”2.

Esto podemos verlo en el filme, sin embargo, Buñuel, presenta ciertos ejemplos esperanzadores. Aunque en general el filme fuera criticado severamente ya que, por lo regular, nadie está preparado para que lo critiquen, y eso pasó con la mayoría de los mexicanos3, no aceptaron el discurso de la miseria que mantiene, y el hecho de que hoy en día no sea diferente.

La pulsión que pertenece al ser humano (pulsión de muerte, pulsión sexual...), es aquello que solemos ocultar pero que está en nosotros. Sin embargo, esta pulsión puede incrementar si lo que se está jugando es la vida y más aún si está en juego violentamente. La violencia es algo que nos conforma, pero que aparece en casos extremos, lo preocupante es que permanece latente por la creación de obstáculos que limitan la vida digna de unos.

Las creaciones racionales del humano han ido a lo largo de las historias respondiendo a un patrón de superioridad. Formas de exclusión y destrucción; aquellas situaciones mal llamadas inhumanas que tristemente son realmente humanas y que muestran que el hombre es el lobo del hombre cuando crea estructuras sobre el mito de la superioridad.

Todo poder genera una resistencia alimentando la pulsión violenta del ser humano.

El sistema carcelario tenía como propósito reivindicar a los delincuentes de los delitos cometidos. No obstante, parece estar muy lejos de eso, a la salida es prácticamente imposible reincorporarse a la sociedad, además de que esos espacios terminan formando personas violentas -pues la violencia es controlada de formas violentas-.

Hoy existen esos espacios alternos; la alteridad muchas veces incomoda y podemos experimentarlo en el filme, ya que da por momentos, esa sensación de incomodidad. No permitimos que nuestros Ojitos se mezclen con el otro y lo excluimos.

¿Quién soy yo? ¿Quién es el otro? Si tomamos como parámetro el yo Para definir al otro nos daríamos cuenta que es todo lo que nos excede4, aquello que es diferente. Es costoso comprender la diferencia: pues cuanto más queramos comprenderla, más impondremos el yo sobre el otro, eso sin pensar que -paradojicamente- nosotros somos el otro para

los demás.

Cada uno cree que su propias ideas son las únicas, y la diferencia no cabe. Así se crean espacios que son destinados para la otredad extrema, pues la mejor forma de exclusión es la invisibilizacion, ya sea recluyendo la diferencia u olvidándola.

1 Véase Maquiavelo N., El Príncipe, CAP. 17.

2 Véase Hobbes T., Leviatán, CAP. IV.

3 Véase Buñuel L., Mi último suspiro, p. 235.

4 Véase Lebinaz I., Totalidad e infinito.

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